La situación política en la que se encuentra inmerso nuestro País, nos obliga a pensar en un escenario futurista que lamentablemente no da espacio al optimismo; la derecha, la izquierda, el centro, los liberales, los conservadores, ecologistas, neoliberales, socialdemócratas, democristianos y cualesquiera mezcla que pueda existir como real o supuesta ideología política, religiosa o económica, (de las que se dan entre los anteriores) han demostrado publica y abiertamente su impudicia, ambición y descaro.
Los ejemplos de estas conductas están a la orden del día; los programas noticiosos de la radio y la televisión son un sonsonete maligno que como voz bíblica le recuerda al ciudadano común su puerilidad y su indefensión frente a un entorno de poder emanado de un sistema corrompido y con un grado de perversión en aumento continuo.
Este aparente Apocalipsis social producto de una degradación de la democracia, tiene en sus hijos bastardos: los partidos políticos su mas clara representación. Estas entidades publicas de esencia republicana, creadas para acoger en su seno las más diversas formas de pensamiento político y que deberían de servir como vía de acceso ciudadano a los cargos de responsabilidad en la conducción política de México, no son en la actualidad otra cosa mas que la utilería manejada por algunos dirigentes para hacerle creer a la ciudadanía que su opinión es tomada en cuenta al momento de decidir el curso de los grandes temas nacionales.
De esta manera aunque los partidos políticos se fundan en la mayor parte de los casos, sobre el principio de la mayoría e inexcusablemente sobre el principio de la masa, se mantienen esencialmente antidemocráticos en su naturaleza, a excepción de algunos periodos en los que se encuentran obligados a hacer profesión de fe democrática, o en el mejor de los casos a adoptar la máscara de la pluralidad y la tolerancia porque así conviene.
El resultado natural de todo lo anterior es sencillo: la democracia es eliminada mediante una forma democrática; este método es el único practicable en la actualidad para que las viejas y caducas aristocracias políticas que padecemos, se perpetúen en el poder baja la máscara de la renovación. Más y más de lo mismo y con los mismos, por siempre y para siempre. La vida partidaria moderna se complace en presentarse con apariencia democrática pero su esencia es aristocrática, oligárquica y caciquil. ¿Quién podría aseverar lo contrario? ¿En que partido, de los que actualmente impregnan el ambiente político mexicano, los militantes tienen en realidad la oportunidad de ser electores y elegibles a todos los cargos? ¿Cuáles de estas organizaciones, informan a sus militantes, sobre aspectos tan elementales como su situación económica, o, mejor aun sobre las acciones que en su nombre ejecutan?
Cuando bien nos va, algún despistado funcionario de Partido le solicita a los pro-hombres del gobierno que justifiquen alguna de las miles de arbitrariedades que a diario cometen con los cargos en los que supuestamente los coloco su Partido; estos, los hombres del poder, a su ves aprovechan la ocasión para lucimiento publico o si se sienten agredidos en su impunidad de inmediato hacen llamados a la “institucionalidad” a la “disciplina de Partido” o en casos verdaderamente graves al “estado de derecho” el resultado no se hace esperar y lo conocemos todos. Expulsión del Partido, creación de un expediente penal, revelación de supuestas traiciones o cualquier otra perfidia que al “afectado” se le ocurra. La ventaja de esta ultima parte, es, que las riñas por el botín se dan entre los mismos integrantes de la “clase política”. Lo malo es que el botín somos los ciudadanos y desde luego nuestro patrimonio financiero.
Así, habiendo transcurrido noventa y cuatro años desde la ultima revolución históricamente aceptada como tal, las condiciones ciudadanas no han variado mucho. La constitución mexicana producto de este movimiento ha sido modificada sustancialmente a grado tal que preceptos tan importantes como la probabilidad de poder votar y ser votado en y a cualquier cargo de elección popular con la sola condición de ser ciudadano mexicano en plenitud de derechos, se ha nulificado al añadirsele como condición sine qua non la obligatoriedad de ser “amparado” por algún partido político con reconocimiento oficial. En lenguaje coloquial esto significa que la “clase política” deberá primero decidir si el postulante es o no es conveniente. ¿Para quién? La respuesta a esta interrogante es clara y de fácil deducción.
POST-SCRIPTUM:El nulo apoyo popular que después de las elecciones tienen las personas que los partidos imponen en cargos que deberían ser de elección popular, tienen como resultado una ingobernabilidad que hoy por hoy es extraordinariamente peligrosa.
Aap.17/oct/2004
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